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martes, 21 de abril de 2015

El enigma de Qaf, Alberto Mussa





Título original : O enigma de Qaf

Año de publicación : 2004

Editora : Editora Record

Año de la presente edición : 2004




Lo que sentía en la previa ante la lectura del tercer libro de Alberto Mussa era impaciencia, pues con sus dos anteriores obras (“Elegbara” y “El trono de la reina Jinga”) las experiencias habían sido muy satisfactorias, y ya desde el principio de esta obra mis ánimos se mantenían firmes y creciendo la esperanza de estar ante otro descubrimiento para mí de algo totalmente diferente, y vaya que lo fue; Mussa se superó a sí mismo.

La obra está dividida en 28 capítulos ordenados según las 28 letras del alfabeto árabe. Entre cada capítulo hay subcapítulos que el autor llama de “excursos” (“digresiones”) y “parámetros” (ídem). Los primeros no tienen relación con la historia que narra los capítulos en sí, pero te dan una mayor visión del fascinante universo que es tanto el mundo árabe como su literatura. Ya los segundos tienen alguna relación con la trama principal (todos resultan atractivos, ninguna en menor proporción que otra), pero creo que fácilmente pueden ser presentados de manera independiente resultando de por sí solos historias más que interesantes. Se pueden leer por separado, o inclusive ignorándolos -como lo recomienda el autor en una advertencia a manera de despiste al inicio del libro-, atentos a los capítulos en sí; pero, de querer descubrir “El enigma de Qaf” lo recomendable será leerlo de corrido, como una sola historia.

Aunque esté lejos de la complejidad de “Rayuela” pareciera ser un pequeño homenaje a aquella obra. Pero aquí el ambiente y la trama están inmersas en la inmensa diversidad del mundo árabe, así que es para estar atento a cada detalle: desde los complejos nombres de los diversos personajes, hasta la rica trama donde mezcla historia y ficción, presentando una novela atípica, donde inclusive pareciera poco interesar las sutiles conexiones entre ellas pues muchos –sino todas- de los capítulos resultan realmente placenteros ser leídos por separado.

Un punto que reparo hacia la mitad de la obra –como para desconfiar un poco de tanto placer- y creo es bueno tener en cuenta es sobre –en mi caso- la total ignorancia acerca de la historia árabe, y su literatura. No debo perder el foco de que lo presentado por Mussa es una ficción. No sé si alguien con poco o mucho conocimiento de estos temas ante este libro se fascinaría. Si hay en él y en los trechos de lo que pareciera historia algunos o muchos devaneos por parte del autor, pero como repito, al ser mi ignorancia tal sobre la cultura árabe éste libro simplemente me fascina y atrapa desde el inicio, no me resta más que rendirme ante la intrincada trama que éste autor brasileño presenta con ésta su tercera novela.

Por los acontecimientos a los que todos desde hace algunos años hemos venido viendo por televisión pareciera que nos quieren vender la idea de que árabe y terrorista son sinónimos. Con ésta novela una de las tantas propuestas que deja es justamente todo lo contrario: árabe es sinónimo de riqueza, de romanticismo, de inmensidad, de principio, de belleza.

Una leyenda contada por el abuelo de nuestro narrador, Nagib, quien huyó al Brasil junto a su enamorada Mari –quien vendría a ser luego la abuela del narrador- y trayendo consigo un equipaje sólo de libros, y parte de los versos del Quafiya al-Quaf memorizados lo toca: en la Arabia Pre-Islámica el poeta Al Gatash, se enamora profundamente de una joven de quien sólo vio sus ojos, Layla, y, para atraer su atención tendrá que develar el ocluso enigma que guarda el no menos misterioso alfabeto árabe.

Lo que él –el narrador- va descubriendo y develándonos es tan atractivo que fácilmente me olvido de él, embelesado por las historias que va dejando.

Aunque la trama tiene una breve conexión con Brasil un detalle de la obra en sí que llama mi atención es justamente huir de temas y ambientes netamente brasileños. Por el contrario, se sumerge –y a nosotros con él- en un tema que parece el autor domina, mostrándolo tan romántico, tan sencillo, como para que un neófito como yo no le tenga miedo a la inmensidad del mundo al que vamos a entrar.

Otro punto que ayuda a crear ese deslumbramiento es que tanto los capítulos principales, las digresiones y parámetros son historias cortas, en su mayoría de gran remate. Creo que de ser una historia lineal y extensa las chances de caer en la modorra y abandonar el libro serían grandes.

Un detalle que deja en el aire a manera de provocación aparece al inicio de la obra: “El viejo Nagib me narraba, en portugués, lo que presumo fuese su adaptación personal de Quafiya” (Pág. 20) Así como todas las historias y leyendas que inserta en la obra y que muy probablemente Mussa inventa son eso: adaptaciones de quien las recogía y luego las transmitía oralmente o registraba en pieles de camello. Toda narrativa desemboca en otra, y en otra, y en otra, siendo un inmenso e inacabable círculo, ramificándose, mutando, transformándose, la historia sin fin, que al final es una sola historia.  




¿Ya percibieron que poco o nada se habla de autores brasileños y la literatura de éste país en Hispanoamérica? Bueno, Alberto Mussa es un gran inicio, un cachito para descubrir la no menos vasta y rica literatura brasileña.

Esta obra se hizo con el Premio Casa de las Américas del 2005, y fue traducida a varios idiomas, entre ellos el castellano, y últimamente el árabe.




Digresión



Los dos espejos



Los árabes fueron los primeros pueblos a adoptar el cristianismo, aunque muchas tribus hayan permanecido en el paganismo o mantenidos ciertos ritos de la religión tradicional. Entre los primeros mártires cristianos hay varios árabes. El primer emperador romano a aceptar el bautismo fue Felipe, llamado de una manera adecuada “el árabe”. Obispos árabes estaban presentes en los conflictos que debatieran las célebres cuestiones bizantinas alineados con el bloque ortodoxo. Las dos más antiguas inscripciones en lengua árabe, hoy preservadas, fueron grafiadas en iglesias cristianas.

Pero en verdad fueron las tribus del desierto que concibieron el cristianismo dos siglos antes que el propio Cristo.

Se desconoce con exactitud cuándo se difundió, mas ciertamente es bastante antiguo, entre los semitas, la costumbre de sacrificar a los primogénitos para aplacar la furia divina contra la tribu o tornar propicia hacia el progenitor la divinidad. Nadie ignora, por ejemplo, la historia de Isaac y Abraham.

Entre los beduinos no era diferente.

Cuando la miseria y la enfermedad cayeron en un tal Adib, fabricante de espejos, un oráculo le exigió la sangre de su primer hijo.

Adib rió, después lloró, porque sólo tenía hijas. Desesperado, creyendo que el ídolo pretendía lo imposible justamente para no tener que socorrerlo, se retiró del desierto, y se rindió ante la muerte.

La idea le surgió cuando, en un gesto de auto compasión, posando su propio rostro contra un espejo de su invención. Aunque hacía años que trabajaba con espejos, nunca percibió el hecho de que la imagen reflejada era una inversión de la apariencia real: el lado derecho del rostro aparecía a la derecha en el espejo, y viceversa. Para la obtención de un reflejo perfecto era necesario un segundo espejo, o sea, dos inversiones de la figura original.

Fue este el raciocinio de Adib: si Allah me exige al hijo mayor puedo satisfacerlo ofreciéndole a la hija menor.

Y así se hizo. Y Adib vivió y prosperó. La noticia se difundió rápidamente, y diversas tribus pasaron inclusive a preferir el sacrificio de las benjaminas. El Corán condena esa costumbre, lo que demuestra todavía estar en boga en el siglo VII.

Pero las especulaciones al respecto del doble reflejo no acabaron por ahí. Hubo quien continuase haciendo inversiones, no siempre bien fundamentadas, poniendo a la esposa mayor en lugar de la hija menor; o un cuñado; o una sobrina.

Con el transcurrir del tiempo las discusiones sobre el asunto pasaron a ser meramente teóricas, y sabios del desierto propusieron una doble inversión innovadora: si, originalmente, la vida del padre equivalía a la muerte del hijo (estando ahí presente la presunción del doble reflejo), la vida del hombre, en general, también sería igual a la muerte de un dios.

El grande impulso que el culto de Adonis (un dios que muere) alcanzó en el período helenístico tal vez tenga a ver con esa tesis. Aunque eso no importa.

El hecho es que estaban propuestos los principios de la doctrina: si el dios Allah puede ser definido como Padre Divino, la muerte del Padre Divino debe equivaler a la muerte del Hijo Humano. Y si ese Hijo tiene su sangre vertida, nadie hará correr la de su madre. O sea, la madre será una virgen.

Por doscientos años beduinos vagaron por oasis, aldeas y ciudades, buscando un hijo humano de Allah, nacido de una virgen. No fue casualidad que tres príncipes árabes (tardíamente llamados de “Reyes Magos”) identificaron el nacimiento de un niño con esas características.

Aun así hay quien afirme que aquello es una impostura. Que no hay pruebas consistentes sobre la paternidad del niño. Que los espejos pueden ser volteados en otra dirección.

Páginas del 69 al 72. 






El ciclón - Café Tacvba 

Con la lectura de este libro recordaba este excelente disco de los Café Tacvba de mediados de los años 90's, el segundo de ellos, y, en especial este tema. Hacía tiempo que no los escuchaba, fue grato recordarlos y ahora escuchar el cd completo. Para nosotros de lo mejor que ha dado México. 

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