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sábado, 18 de octubre de 2014

La expedición de la Kon-Tiki, Thor Heyerdahl




Título original : Kon-Tiki Ekspedisjonen

Año de publicación : 1948

Título en portugués : A expedição Kon-Tiki

Editora : José Olympio Editora

Año de la presente edición : 2013

Traducción : Agenor Soares De Moura




¿Qué sucede cuando tienes una teoría en la que crees religiosamente y varios prestigiosos académicos prácticamente se mofan de ella al conocerla? Pues, la pones en práctica. Es lo que hizo un todavía joven y aparentemente despreocupado Thor Heyerdahl (Larvik, Vestfold, Noruega, 6 de octubre de 1914 – Andora, Liguria, Italia, 18 de abril del 2002) quien al recibir gruesas y sistemáticas negativas de su conclusión sobre la población de la Islas en la Polinesia no encontró mejor manera de convencer a tanto señor obtuso que iba interrogando en Nueva York, intentando encontrar al menos alguna sombra de duda, a modo de esperanza, a tal novedoso como disparatado estudio. 






Heyerdahl estudiaba tallados de roca según el estilo polinesio en Columbia Británica, cuando los alemanes invadieron su país natal, Noruega. Se fue a vivir junto a su mujer, Liu, a la isla Fatu-Hiva en las Islas Marquesas. Vivieron un año en esa isla y percibió que el Dios que mencionaban los locales en las leyendas (Tiki) era el mismo que era mencionado en los antiguos poblados pre-incas: Wiracocha es un nombre quechua, de data mucho más reciente, los incas frecuentaban usarlo hasta dejar de adorarlo cambiándolo por el Dios Sol (Inti). El nombre anterior de Wiracocha era Kon-Tiki, o Illa-Tiki (Sol Tiki, o Fuego Tiki). Según la leyenda Kon-Tiki fue atacado por un jefe de nombre Cari. La batalla se dio en una isla del Lago Titicaca donde los misteriosos hombres blancos barbados fueron degollados, mientras Kon-Tiki y su élite escaparon, embarcando en la costa y desapareciendo por Occidente. 




Para Heyerdahl todo encajaba. Él, a mediados del siglo pasado estaba totalmente convencido de que para los antiguos peruanos el hacerse a la mar era un hecho frecuente y cotidiano, navegando grandes distancias, llevando consigo camote, papas, maíz, gente, dioses, hasta llegar a aquellas lejanas islas (Polinesia), en embarcaciones carentes de timón, pues conocían las corrientes (la principal, la que ahora conocemos como Corriente de Humboldt) y la dirección de los vientos, embarcándose en viajes sin retorno pues tanto las corrientes como los vientos no mudan de dirección; para Heyerdahl los actuales habitantes de las islas polinesias tenían sus raíces en el antiguo Perú. Ya para los renombrados académicos todo no pasaba de la afiebrada ilusión de un simpático nefelibata, por el simple hecho de que “esas singulares civilizaciones” no conocían de embarcación alguna. Las balsas, ellos tenían balsas (lo que en el Perú actual conocemos como “caballitos de totora”. Cualquiera que vaya a Huanchaco en Trujillo puede subirse a una y experimentar esa diferente sensación de navegar en esa aparente endeble embarcación, pudiendo hasta surfear en ellas), motivo suficiente para aflorar en ellos, sus auditores, risas y carcajadas que devastarían la autoestima de cualquiera. 


No se les puede culpar a esos catedráticos estadounidenses y europeos por su sorna inicial. Una vez decidido a embarcarse en una balsa desde el Callao hasta alguna isla remota en la Polinesia, varias autoridades peruanas, desde el Ministro de Marina de aquel entonces, hasta el Presidente de la República (el presidente José Luis Bustamante y Rivero) con quienes Heyerdahl se entrevistó se mostraron primero entusiasmados al imaginar que la alucinante teoría del gringo sea cierta, y escépticos al ver una especie de caballito de totora de gigantes dimensiones (construido con madera balsa traída desde Ecuador), con una pequeña cabaña de caña encima, con techo de hojas de plátano, siendo montado en las instalaciones de la Marina del Perú. Les dieron todo su apoyo en cuanto a la logística, pero para no generar algún problema diplomático con Noruega en el futuro cercano la única exigencia fue que firmen un papelito excluyendo de toda culpa en caso de alguna tragedia (que tanto peruanos y extranjeros daban por hecho) al gobierno peruano; could you please sign here? 

De izquierda a derecha: Knut Haugland, Bengt Danielsson, Thor Heyerdahl, Erik Hesselberg, Torstein Raaby, Herman Watzinger. Sólo faltó el loro.



Todas las aventuras juntas de Indiana Jones, Rick O’Connell (de la saga The Mummy), Piratas del Caribe y Life of Pi resultan minúsculas, chiquitas, un chancay de a 20 (como decimos en Perú), no son nada, a todas las peripecias vividas por Heyerdahl y su tripulación (en total, seis románticos suicidas y un loro) en los 101 días de ardua navegación en una balsa construida exactamente al estilo pre-inca, solamente con materiales que podían utilizar en aquella época. La narrativa de Heyerdahl es incluso sostenida en los capítulos iniciales (en tierra, armando el proyecto), no guardándose las sornas y mofas a la que estuvo expuesto desde el inicio, y ya al zarpar en la Kon-Tiki, la narración y el suspenso va en aumento. Desde ahí, no hay una sola página sin enormes sorpresas, en esta lectura no hay respiro, como lector cuesta mucho dejar el libro para retornar al cotidiano de la vida. Si de adulto asombra, leerlo de niño debe ser toda una experiencia y tanta. 


Foto tomada del blog "De la tierra a la luna, el blog cultural de Matterfilm."  


Túpac Yupanqui, Zheng Ge, Álvaro de Mendaña, Pedro Fernandez de Queirós, Luis Vaz de Torres, Fridtjof Nansen, Roald Amundsen, para todos ellos el mar no era un límite, y sí un espacio a ser descubierto, una invitación a navegarlo, a descubrirlo, a saber con qué se podían deparar del otro lado de la orilla, de haberla, pudiendo encontrar la propia muerte. Si los antiguos peruanos llegaban a las Islas de Rapa Nui (de donde sí podían regresar. Hay muros incas en Vinapu.) es muy probable que hayan llegado aún más lejos. Como buen noruego, ese bichito explorador también estaba en Thor Heyerdahl, quien a propósito, no sabía nadar, y aun así nunca dudó en llevar a cabo su empresa.

Con las grabaciones realizadas hicieron un documental que ganó un Oscar en 1951. Hace poco, en el 2012, la película noruega Kon-Tiki estuvo nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, aunque no ganó. 




En Oslo, Noruega, se encuentra el Museo Kon-Tiki, donde se expone las pertenencias de esta primera exploración como de otras realizadas por el autor. 


Desde promociones escolares hasta calles y plazas en el Perú deberían llevar el buen nombre de este héroe noruego. Recorrer estas páginas es navegar junto a estos nórdicos cada milla de aquel océano que de pacífico tiene muy poco, conocer especies que hasta entonces sólo sabían de ellas en enciclopedias, y algunas otras que ellos descubrieron. Entender cada día lo que los pre incas conocían muy bien, la fuerza y dirección de los vientos y las corrientes marinas, y que cada detalle de una embarcación construida de esa manera tenía un por qué. Una lectura fascinante.

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