Ya nos había
sorprendido gratamente el tannat de esta línea Reserva, lo que nos animó a
hacernos de este cabernet sauvignon: si hubiera sido a la inversa la
adquisición quizá no hubiésemos probado el tannat.
A la vista, denota
mediana corpulencia; no llega a ser tan obscuro. En nariz, es aromático, algo
especiado, algo de vainilla también. En boca, tiene menos corpulencia de lo que
pareciera a la vista, no llega a ser del todo ralo pero está lejos, muy lejos
de ser siquiera medianamente untuoso. Es algo especiado. Hay una marcada
sensación a madera, incomoda.
No entusiasma, y
estuvo lejos de la sorpresa que fue el tannat de esta misma línea de esta casa.
Es bebible, pero no entusiasma ni un poquito.
Vale
Dos Vinhedos, Bento Gonçalves, Rio Grande do Sul, Brasil.
Es extraño estar en Brasil y probar tan pocos vinos
de este país. Es verdad que muchos de ellos se expenden a precios tan elevados
que es mejor optar por una o inclusive dos botellas de sus vecinos argentinos,
uruguayos y/o nuestros vecinos chilenos, pero también es verdad que hay algunos
que se encuentran a un precio decente, y este Casa Valduga de la línea Premium
es uno de ellos, un excelente ejemplo de lo bueno que por aquí se produce.
Inclusive C frunce el ceño cuando conversamos acerca
de abrir un caldo de su país, pero con esta botella su desconfianza inicial se
convirtió en rotunda alegría –previa sorpresa- al experimentar un más que
correcto gewürztraminer.
También es verdad que –si la memoria no nos engaña-
es la primera vez que probamos un vino de esta cepa, así que no tenemos una
experiencia previa con qué comparar.
A la vista es de un dorado agradable, forma pequeñas
burbujitas de gas carbónico al fondo de la taza; no parece nada aguado, denota
mediana corpulencia. En nariz: ¡qué oloroso! Desborda un rico aroma floral, a rosas,
parece algo dulzón, como a miel, es un aroma muy fresco. En boca: se refrenda
esa mediana corpulencia, de una equilibrada acidez, con un retrogusto como a
papaya, muy agradable.
Esta excelente
experiencia motiva a probar otras cepas en esta línea. ¿Por qué no lo probamos
antes?
Recuerdo un
texto de Ribeyro acerca de lo deprimente que es para un escritor ver ejemplares
de sus propios libros acumulando polvo en los anaqueles de las librerías.
A diferencia de
los libros de Vargas Llosa –que en ediciones setenteras y ochenteras, y las
actuales de Alfaguara en portugués, se encuentran fácilmente- no es frecuente
encontrar obras de otros escritores peruanos en los estantes brasileños. Ya me
cansé de buscar la antología de Ribeyro de la Editora Cosac Naify pues nunca la
encuentro -salvo por internet, pero no sé, no le encuentro gracia comprar de
esa manera-, y así, hurgando, y sin imaginar que existía una edición brasileña
de esta, su obra premiada hace pocos años -se alzó con el Premio Herralde del
2005-, me deparé con el libro de Alonso
Cueto (Lima, 1954).
Nuestro
narrador, Adrián Ormache, uno de los personajes principales de esta historia es
un exitoso abogado perteneciente a un respetado bufete. Casado, padre de dos
hijas, su realidad es la clase alta limeña. Tras la muerte de su madre
encuentra entre sus cosas una reveladora carta donde ve cómo ella fue
chantajeada por un buen lapso de tiempo para que no sea develado los actos de
su marido -padre de Adrián-, comandante del ejército peruano en Ayacucho,
cuando fue destacado a combatir al terrorismo a esa ciudad. Esto, y el recuerdo
del último pedido de su padre antes de morir, tomado inicialmente como desvaríos
lo llevan a enfrentar una dura realidad: aquel padre respetado era uno de los
tantos torturadores-violadores a los que el pueblo ayacuchano se enfrentaba,
además de los terroristas de Sendero Luminoso.
Para un lector
extranjero, o inclusive algún compatriota que nació en la década del ’90, ya
que increíblemente hay muchos jóvenes que desconocen lo que ocurrió en otros
departamentos (estados) en el Perú: en las décadas del ‘70, ’80, e inicio de los 90’s muchas
ciudades y pueblos en la serranía peruana, y especialmente en Ayacucho, los
pobladores estaban en medio de la guerra: por un lado les caían los senderistas (terroristas de Sendero
Luminoso), a secuestrar para enrolar gente, pedir
comida, ganado, violar, y claro, matar; y en otro momento llegaban los del
ejército peruano, muchas veces abusando del poder, en tierras lejanas, y
causando igual o aún más desastre que los propios terroristas, pues si se
enteraban que algún poblador ayudó a los senderistas eran tildados también de
terroristas -y llevados para ser interrogados, muchos no volvían- pero si no lo
hacían esos terroristas los mataban. Además, estaba el problema del idioma:
mucha gente mayor por allá era sólo quechua-hablante, los más jóvenes eran
bilingües, y si en Lima, hasta en la actualidad hay actos de racismo hacia
compatriotas por los rasgos andinos y/o por el idioma, en aquel tiempo y en
esas circunstancias, en tierra lejana, era motivo suficiente para burlas y
humillaciones, y claro, Lima ni enterada, o no quería saber. Solamente cuando
los senderistas deciden llegar a Lima –el coche bomba de Tarata, en el distrito
residencial de Miraflores- las autoridades de aquel entonces deciden hacer
algo.
Narrado en
primera persona, Ormache nos va develando de a pocos la historia de su familia:
el divorcio de sus padres; la sintonía que había entre él y su madre; la rutina
en su vida matrimonial; la enorme diferencia entre él y su hermano; etc, todo
esto sin generar en ningún momento alguna somnolencia: la prosa de Cueto es muy
rítmica, por momentos intensa, agitada, y sabe sembrar de a pocos esas ganas de
querer avanzar más y más con la trama. Tanto la carta encontrada como los
desvaríos últimos de su progenitor le revelan a una mujer, Miriam, una de las
tantas secuestradas y violadas por el ejército, pero a diferencia de todas, el
Comandante Ormache se encandiló con ella -se encamotó pé (en el Perú, por joda, pero muchas veces por costumbre se usa el
“pé” al finalizar una frase. Sospecho
–aunque no esté seguro- que es un cambio grosero de la palabra “pues”)-, quedándosela, cuando lo normal
era violarla primero él, y luego dejarla para la tropa. Vivieron juntos un
corto tiempo hasta que ella pudo escapar de aquel infierno.
La meticulosa
búsqueda por parte de Adrián, cada detalle que lo lleve a saber de Miriam, y
todo lo que esto conlleva: el conocer realmente quién y cómo era su padre,
hasta llegar al objetivo, primero de saber si está viva, y luego el encontrarla,
es quizá la trama principal de esta historia. Y quizá porque si al inicio la
búsqueda es para silenciar toda esa información que macule su sacro santo
apellido, el motivo se irá transformando hasta querer saber más de sus raíces,
de él mismo, de ese extraño sentimiento de estar ante una víctima de su padre.
Y ahí encuentro
un punto de quiebre, pues cuando la narración nos devela ese tufillo
romanticón, de que nuestro narrador protagonista va cultivando un sentimiento
especial hacia Miriam, y lo más jodido de entender, que es recíproco: -no pé Cueto…, la jodiste, pensaba- hay un acto, donde Miriam lo ataca, intentando
cortarle el cuello a Adrián, que lo tomo como un fugaz escape a la realidad,
que es eso lo que en verdad ella quería, matarlo, que hay rabia y odio
contenido en su ser –totalmente justificado-, pero luego Miriam retoma su
apacibilidad, como sacrificándose por el bienestar de su hijo Miguel, no sólo
por la ayuda ofrecida por Adrián para él –lo sospecha su hermano-, sino también
ella entiende que por todo lo sufrido su dolor causa una profunda tristeza y
timidez que afecta la vida de Miguel, tornándolo extremamente retraído. Ese
giro en la historia lo encuentro magistral, el que Miriam planifique
rápidamente un mejor futuro para su hijo, salvándolo del retraimiento, cuando
se entera que está siendo procurada; no es que se enamora del hijo de su
violador-secuestrador, sino que lo usa para el bienestar de lo único importante
que tiene, su hijo, allanando el camino, haciéndolo su amigo, y más, para luego
¡paf!, suicidarse y dejarlo más confundido de lo que Adrián ya estaba.
Mientras leía
esos trechos recordaba algo que leí o escuché alguna vez: ¿por qué los huaynos
son tristes? Con todo lo que se sufrió –y muchas veces aún se sufre-, toda la
sangre que se derramó, y en Lima preguntándonos por la tristeza de los huaynos.
Otro tema
interesante es lo percibido de su matrimonio a raíz de esta búsqueda: cae en
cuenta que el amor inicial se ha transformado en costumbre.
Hay detalles,
mínimos, que quizá no encajen en la historia, como el que Adrián mientras
corría, se tome un taxi ya entrada la noche hasta Barrios Altos y corra por ahí
un tiempo, saliendo entero de esa. Por los lugares que menciona, la avenida del
cementerio, je…; hasta puede ocurrir, pero a esas horas por lo menos algún peaje tendría que pagar.
En cuanto a la traducción de Eliana Aguiar: no pierde
el ritmo original del autor y sabe encontrar las palabras más adecuadas, tanto
del vocabulario de los personajes de la clase alta, como la de los inmigrantes
llegados a la capital. Respeta los términos como “fulbito”, “pollada”, “mototaxi”, etc, y especificándolos a pie de página. Sólo hay
tres términos que me dejan dudas:
- - - “… e as mulheres, bem, as mulheres, às vezes
ele traçava e depois dava para a
tropa toda traçar e meter uma bala
na cabeça em seguida, era o que ele fazia.” (Pág. 38)
En el idioma portugués usado en el día a día en Brasil
es común referirse de una manera coloquial o informal de “transar”, cuando se
refiere a “tirar”, “folllar”, “coger”. (Vamos transar? ¡Ya pé!) Ya “traçar”, al igual que en el castellano
“trazar”
se refiere a delinear, hacer trazos.
-- “Bem,
vamos esquecer essa droga, vou pedir uma mazamorra.”
(Pág. 33)
La
especificación a pie de página para el lector brasileño del término “mazamorra”: “Geléia de milho, farinha de batata doce, açúcar, cravo, canela e frutas secas.”
“Milho” es
“maíz”, y hasta ahí todo bien. Habría
que especificar que no es cualquier maíz, es maíz morado (“milho roxo”), una variedad que –en nuestro caso peruano- sólo lo
usamos para aquel postre o para hacer la chicha morada. Pero, particularmente
creo que mejor iría el término “mingau” que el término usado “geléia”,
éste último es más asociado a postres hechos de frutas; aquí cuando se menciona
“geléia” se refiere a “mermelada”,
“compota”.
- “Estávamos na avenida Wiesse. Passamos
junto ao Parque Zonal Huiracocha com anúncios de volei e fulbito, o grande
letreiro do metrô e uma lanchonete.”
(Pág. 170)
En Lima. a diferencia de muchas ciudades
latinoamericanas, no hay –y probablemente no habrá en un futuro cercano- metro.
Lo que por ahí hay es un hipermercado de nombre Metro, (y por cierto, la
avenida todavía no se convierte en “Wiesse”,
aún es Próceres de la Independencia,
pero esto último –los nombres de las avenidas- es un detalle nimio) Claro, la
traductora no tiene cómo saber lo del nombre del hipermercado, pero me resultó
gracioso, cachoso, el alucinar por un momento con un metro en Lima, cuando lo que encuentre al
regresar serán las combis, mototaxis, y buses de hace tres décadas, de siempre.
Ah sí, “El Metropolitano” (buses
articulados con su propia pista, mismo Curitiba), bueno, ya es algo, pero
metro, en Lima, sólo supermercados.
Aunque no desarrolle
directamente los hechos más duros, como las torturas realizadas en Ayacucho, la
historia te sacude, te estremece, es imposible quedar indiferente ante aquello.
Está muy bien escrito, se hace muy ágil la lectura, y esta perturbadora
historia de Cueto es perfecta para conocer y/o recordar un tema que no debe
quedar en el olvido.
El término “Brasiliana” hace cuestión a todo
material impreso sobre Brasil con reconocida relevancia histórica, y esta
colección particular es una de las mayores brasilianas
existentes en el país.
A inicio de la
década del ’70 el banquero Olavo Egydio de Sousa Aranha Setúbal (1923 – 2008) –
más conocido como Olavo Setúbal: en Brasil el apellido materno tiene más
importancia que el paterno, inclusive muchas veces lo antecede- comienza a
coleccionar de manera impulsiva cualquier objeto que de una u otra manera haya
plasmado la historia de su país, por más diversas que sean las épocas.
Así este
conjunto agrupa libros, pinturas, grabados, documentos firmados por diversos
presidentes, mapas, monedas, primeras ediciones de obras cumbres de la
literatura brasileña, y mucho más: son cinco mil objetos en total los que logró reunir, bajo el asesoramiento
de Pedro Correa do Lago, quien es también el curador de la
muestra. Aunque para
dicha exposición se reducen a trescientos no pierde en nada su atractivo.
Son muchas las cosas que atraen, como una edición de Memórias
Póstumas de Brás Cubas, de Machado de Assis, ilustrado magistralmente por Cándido
Portinari; documentos sobre compra-venta de esclavos, y los diversos dibujos
que aventureros europeos hacían de lo que iban encontrando y descubriendo por
aquí.
En el siguiente vídeo tendrán un rápido repaso a las salas que integraron esta enorme muestra:
La exposición está
dividida en siete partes, que van desde los objetos del siglo XVI hasta los del
siglo XIX.
Ya de
entrada nos topamos con sendas cartografías que datan de finales del siglo XVI.
El primero es de Gerhard Mercator (Flandes, 1512 – 1594) y es un grabado en
cobre sobre papel de un mapa de nuestra región publicado un año después de su
deceso, probablemente vio la luz a través de su hijo Rumold Mercator, ya que
Gerhard dejó su Atlas inconcluso. Ahí se señala que Cuzco era la metrópoli del
continente.
La siguiente cartografía data de 1596, y pertenece
aJan
Huygen van Linschoten (Haarlem, 1563 – Enkhuizen, 1611) comerciante neerlandés
quien la publicó en su libro “Itinerario
para las Nuevas Indias”. Van Linschoten se empleó como escribano del
arzobispo de Goa, Vicente da Fonseca, y una vez ganada la confianza de éste se
infiltró en las salas donde eran guardados los portulanos –mapas, cartas de
navegación y manuscritos portugueses- haciéndose de las informaciones con las
cuales la Corona Portuguesa monopolizaba la ruta para las “Indias”, y
especialmente para el Brasil.
Este mapa fue publicado por vez primera en
1570 en el Atlas “Theatrum Orbis Terrarum”.
Pertenece al cartógrafo flamenco Abraham Ortelius (Amberes, 1527 – 1598). Es
considerada la mejor representación del Nuevo Mundo hasta esa época, y su Atlas
es tomado como el primer atlas moderno. Recibió innumerables reimpresiones en
los cuarenta años siguientes, tuvo un gran éxito. Para poder concebirlo
Ortelius realizó un extenso trabajo de investigación, pues ninguna información
de aquel nuevo continente eran divulgados por españoles ni portugueses.
El dibujante Joachim Du Viert plasmó a tres
indios Tupinambá –etnia brasileña- llevados a Europa. Los diseños fueron
grabados por Pierre Firens, e impreso por Pierre-Jean Mariette. Estos trabajos
nos muestran a los indios tupinambá de la Isla de Marañón con trajes de la
época de Luis XIII, están bailando y blandiendo unas maracas.
La
leyenda del primero dice: “Están aquí los
verdaderos retratos de los salvajes de la Isla de Marañon, llamados Tupinambás,
traídos al muy cristiano Rey de Francia y de Navarra por el señor Razilly em el
presente año de 1613.”
De
este segundo diseño, “Retrato al natural
de los bárbaros traídos a Francia, del país de los Tupinambás por el señor de
Razilly, para ser bautizados y convertidos a la fé de Jesús Cristo, y
presentados a Su Majestad em el año presente de 1613.”
Está también aquella pintura del francés Arnaud Julien Pallière
encomendada por el Príncipe Regente Don Pedro I, donde se pueden ver la
entonces pequeña ciudad de São Paulo –ahora metrópoli- a orillas del rio Tamanduateí, y divisar sus iglesias da Sé, do Carmo, y
Santa Teresa, tela avaliada en seis millones de dólares.
Estas monedas obsidionales -que deben dejar
salivando a cualquier numismático- de oro son de la segunda invasión
neerlandesa al Brasil (1630 a 1654, en Pernambuco, antes Recife) :
Florines
de 1645 y 1656,
VI
Florines de 1645 y 1646,
XXII
Florines de 1645 y 1646.
“Indio cazador” (Nuevas Indias), 178, a
partir de una obra de Albert Eckhout (1610 – 1666).
En
1678, un año antes de morir, el Príncipe Mauricio de Nassau decidió obsequiar
al Rey Luis XIV de Francia –el monarca más poderoso de Europa, por entonces-
com su preciosa colección de pinturas y diseños hechos en el Brasil por los
artistas que lo acompañaban, y que guardara por casi 35 años desde su retorno a
Holanda em 1644.
El
regalo de Nassau al Rey incluía, entre otras piezas, 27 obras de Frans Post, y
pinturas y diseños de la flora y fauna brasileña realizados por Eckhout.
Expuestos en 1680 estos trabajos encantaron a la Corte Francesa, fue ahí que
surgió entre los consejeros del Rey realizar grandes tapicerías incorporando
aquellos tan nuevos elementos exóticos, que era la especialidad de las empresas
reales.
"Indio cazando onza en la selva", 1819.
Carl
Friedrich Philipp von Martius (1794 – 1868): éste tío sí que se cultivaba: fue
médico, antropólogo y naturalista botánico, además de violinista. Fue el más
importante naturalista que investigó, describió y recolectó elementos de la
naturaleza brasileña, allá por la primera mitad del siglo XIX. El trabajo que
se muestra lo devela como un excelente dibujante y acuarelista, plasmando lo
que estaba ante sus ojos.
Estos siguientes trabajos de la parte inferior son del mismo artista, trabajo en conjunto con el zóologo Johann Baptist von Spix. Tal obra
fue conocida como el “Álbum Spix & Martius”, cuya difusión era revelar al “público culto” europeo (lo entiendo como
a los de clase pudiente) la naturaleza y los indios brasileños.
Armas, adornos, ornatos y utensilios de los
Indios Camacans, y de los Indios Puris, respectivamente.
El álbum “Viaje al Brasil” (de la primera mitad
del siglo XIX) fue concebido tras la expedición del Príncipe Maximilian de
Wied-Neuwied revelando por primera vez a Europa “imágenes reales” de los indios brasileños. Admirada por científicos
como Alexander von Humboldt, la obra de Maximilian fue traducida a muchas lenguas,
y es reconocida como una de las mayores contribuciones para el conocimiento del
Brasil en el inicio del siglo XIX.
Estos dibujos a continuación fueron encontrados en un
ejemplar del álbum “Viaje Pictoresco e
Histórico al Brasil” que data de 1835, de Jean-Baptiste Debret (1768 –
1848), pintor francés y traen nuevos conceptos en el proceso de impresión de
las litografías, encontrando elaborados diseños.
Se interesó también en el tema de la
esclavitud, plasmando con mucho arte lo que veía en su cotidiano en el Brasil.
Su trabajo es considerado como uno de los principales documentos gráficos en la
historia de este país.
Lo que más atrajo mi atención fueron los documentos
acerca de la posesión; compra-venta; póliza de seguro de vida, y demás de
esclavos. El tráfico humano era tan frio y normal que hasta vendían recibos ya
listos para ser rellenados y firmados.
Arriba : Documento de venta de un esclavo,
Boa Esperança –irónico el nombre del lugar- 27 de diciembre de 1860.
Documento manuscrito
firmado, Freguesía de Irajá, Rio de Janeiro, 19 de diciembre de 1849. En este documento, Antonio Francisco de Mello
concede la libertad para siempre a una esclava.
Seguro de vida del
esclavo. Documento semi-impreso firmado, Rio de janeiro, 10 de julio de 1857. Póliza expedida por la Previdencia Cia. de
Seguros contra la Mortandad de los esclavos, al Señor Delfino, por el seguro de la esclava
Virgulina.
Pasaporte del esclavo.
Documento semi-impreso firmado, Pernambuco, 6 de diciembre de 1841.
Anuncio en el periódico de
la fuga de un esclavo. Diario “O Parahybano”, 23 de abril de 1870. Era común anunciar en el diario la fuga de
los sirvientes. ¿A qué penas lo condenarían en caso de ser encontrado? Por
largas ocho décadas de Imperio era normal esta práctica.
Recibo de compra-venta de
esclavo. Increíblemente ya se vendían recibos listos para ser rellenados a la
hora de la transacción. Aunque uno ya sabe que esto –la esclavitud- existió, no
deja de sorprender estos documentos, todo formalizado. Se puede leer: “Vendo el esclavo tal, con todos sus vicios y
achaques, nuevos y viejos, físicos y morales, tal cual los tenía....”
Tratamiento dental del
esclavo, Rio de Janeiro 12 de diciembre de 1874. Era poco común que los “dueños” traten este tipo de problemas de
salud –y quizá por otros tampoco se interesaban- de sus esclavos, aunque hay
documentos como éste que prueban que habían algunos que sí “los llevaban” a
tratarse. No se sabe si luego tendrían que retribuírles de alguna manera, o no.
En este documento se asigna que el comendador José María dos Reis pagó al
cirujano dentista de la Casa Imperial, Thiago Beviláquia la cantidad de diez
mil réis por la obturación de la platina 3 y 4 de una esclava.
“La
siesta” de Johann Moritz Rugendas (Augsburgo,1802 – Weilheim na der Teck,
1858), más conocido como Mauricio Rugendas.
Descubierta hace poco
tiempo en Europa, esta obra se suma a las pocas pinturas conocidas hoy de este
artista alemán. Un viajero incansable –estuvo por Brasil, Argentina, Chile,
Perú, Colombia y México-, resumió todo lo visto en sus diversos viajes en los
países de esta región en una sola pintura.
“Don Pedro II”, 1846, del mismo artista.
Importante retrato de Don
Pedro II (Rio de janeiro, 1825 – Paris, 1891) – apodado “El Magnánimo”, fue el
segundo y último emperador del Brasil. Su reinado duró 58 años. Su estirpe
venía de la rama brasileña de la Dinastía de Braganza- a la edad de veinte
años, realizado por Rugendas en su segundo paso por el Brasil. El pintor
realizó apenas dos retratos del joven emperador.
“Vista
de São Luís de Maranhão” de Giusseppi Leone Righini (Turín, Italia, 1830 – Belém do Pará, Brasil, 1884), también llamado Joseph Léon Righini.
Preciosa pintura de este artista ítalo-francés quien dedicó una buena
parte de su obra a registrar los paisajes brasileños, vivió en Salvador de
Bahía, São Luís de Maranhão y Belém do Pará donde murió.
“Cataratas
de Paulo Afonso”, data de 1863, de Germano Wahnschaffe.
Poco se sabe de este pintor alemán que vivió em el Brasil entre 1850 y
1870 y fue socio del fotógrafo Auguste Stahl. En el Museo de Arte de São Paulo (MASP) existe otra versión de esta pintura pero en un tamaño mayor
firmada por E. F. Schute, y entendida por mucho tiempo como que fue pintada al
aire libre, al natural. Ambas, idénticas, fueron hechas a partir de una
fotografía de Stahl, cuyo único ejemplar conocido está en la Biblioteca
Nacional.
“El
hijo del artista tomando baño en el balcón de la residencia de su abuelo”,
1830. Armand Jullien Pallière (Bordeaux, 1784 – Bordeaux, 1862).
Desde su óptica de
inmigrante Pallière plasma una escena del cotidiano en la vida privada por
aquellos tiempos. La obra retrata al hijo del pintor en los brazos de su mujer
–hija de Grandjean de Montigny, aquel gran arquitecto que integró la Misión
Francesa.
La escena transcurre en la entrada de la famosa casa de Grandjean que
existe hasta hoy en Rio de Janeiro, en el barrio de Gávea. Se empieza a notar a
los esclavos domésticos siendo parte del entorno de la vida de los inmigrantes
europeos.
“Abolición
de la esclavitud”, 1888, de Victor Meirelles (Florianópolis, 1832 – Rio de
Janeiro, 1903).
Representación de un hecho de fundamental importancia para la historia
del Brasil, la firma de la Ley Aúrea por la Princesa Isabel. Esta pintura fue
conservada en el Castillo d’Eu hasta 1921, año en que falleció la princesa.
“Casamiento
de Don Pedro I y D. Amélia”, 1829, de Jean-Baptiste Debret.
En la actualidad son pocas
las pinturas al óleo conocidas de Debret acerca de temas brasileños, a
diferencia de lo que ocurre con sus acuarelas de las cuales se conocen centenas
de ellas. Este hecho refuerza la importancia de esta pintura para el estudio de
la obra de Debret. Solamente se hizo público en el 2007, cuando el Banco Itaú
la adquiere.
“Rescate
de los pasajeros de la Ocean Monarch por la fragata brasileña Afonso”,
1860, de Samuel Walters (1811 – 1882).
Única pintura al óleo con un tema ligado al Brasil de este pintor
marítimo inglés. Esta obra representa un incidente de gran repercusión en aquella
época: el rescate de 156 sobrevivientes del incendio y naufragio del barco
estadounidense Ocean Monarch, que llevaba inmigrantes para los Estados Unidos
en 1858. Aquel rescate fue realizado por una fragata a vapor brasileña
bautizada como “Afonso” –se distingue
claramente en la pintura el pabellón verde amarillo -, episodio que llenó de
honra al Imperio Brasileño.
Cinco meses
estuvo esta preciosa exposición que encierra gran parte de la historia de este
país-continente que es Brasil.