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domingo, 30 de enero de 2011

Atusparia, Julio Ramón Ribeyro




Editora : Ediciones Rikchay Perú – Serie popular
Año de publicación : 1981
Género : Teatro


El libro número 5 de la colección en la serie popular de esta editora es otra obra histórica adaptada al teatro, así como “Santiago, el pajarero”, escrita a inicios de los 80’s. Esta vez Ribeyro se basa en esta poca conocida –sobretodo en Lima- rebelión, ocurrida en Huaraz, capital del departamento (estado) de Ancash en 1885, y encabezada por el cacique Pedro Pablo Atusparia, quien ejercía el cargo de alcalde pedáneo, alcalde ordinario de la localidad de Marián, y quien con la ayuda de Pedro Cochanchín, natural de Carhuaz, conocido como “Uchcu Pedro” (“uchcu” significa “hueco” en quechua; a Cochanchín se le conocía por este apodo por trabajar muchos años al interior de los socavones, extrayendo mineral) como su lugarteniente, dieron guerra a las autoridades de aquel entonces, ante los atropellos que estas imponían al campesinado: nuevos y mayores impuestos, además de trabajo gratuito y obligatorio.

El contexto histórico y social de esta historia se da durante el primer semestre de 1885, cuando el Perú salía de una guerra perdida con Chile –la Guerra del Pacífico-, y había luchas internas entre las fuerzas del autoproclamado presidente Miguel Iglesias quienes se enfrentaban contra las del general Andrés Avelino Cáceres.

Ribeyro especifica que no es una reconstrucción fidedigna de la sublevación de Atusparia. Él tenía por objetivo el realizar una novela histórica, pero ante la poca información que pudo recaudar optó por escribir esta pieza dramática. Lo increíble es que hasta nuestros días hay poca información al respecto.

Así, encontramos los siguientes personajes en esta obra: el Atusparia ribeyriano es un tipo ante todo cabal y honesto, y quizá esa sea la causa de su fracaso en su breve experiencia política. Cansado de los abusos de las autoridades –es azotado frente al pueblo, humillándolo, cuando fue a conversar sobre los derechos de su gente- se rebela, exigiendo justicia. Ribeyro nos lo presenta con una manera de hablar muy elegante, con un manejo depurado del castellano ante los “mistis”, y con un lenguaje más coloquial ante su gente. Muchas veces de corte imponente, expone sus ideas y se hace escuchar tanto por los indígenas como por las diversas autoridades mestizas o de raza blanca que hay en la ciudad. Estos últimos sin embargo, no lo respetan, burlándose de sus orígenes indígenas, pero, tras la toma de Huaraz, estos fingen un acuerdo sólo para ganar tiempo, mientras llegan los refuerzos enviados desde Lima, encabezados por el Coronel Callirgos. Atusparia demuestra no tener rencor y se niega a tomar como prisionero al teniente Dubois, dejándolo libre. Tras una persecución, llega a ser capturado por Callirgos y condenado a muerte. Consigue escapar de prisión previo a una eminente ejecución, llegando posteriormente a entrevistarse en Lima con el general Cáceres, éste ya como presidente de la república, retornando a Marián con un pensamiento más flexible, no siendo reconocido por quienes antes lo apoyaban; es invitado a un almuerzo campestre donde es envenenado.

Ya Uchcu Pedro es radicalmente opuesto al pensamiento pacífico de Atusparia. Ambos tienen en común el anhelo por un futuro más justo. Pero para alcanzar esto, Uchcu Pedro está convencido que tiene que correr sangre. A punta de dinamita él y sus hombres son decisivos para la toma de Huaraz y Yungay, dejando muerte y destrucción por su paso. El Uchcu Pedro de Ribeyro se presenta inicialmente humilde, de hablar respetuoso, pero harto de las injusticias que tienen que soportar. Maneja un castellano rudimentario, como el de aquellos pobladores de la sierra que “tienen” que aprender el idioma de los blancos criollos, cuando siempre hablaron el quechua, a diferencia de los niños de esa región, quienes acostumbrados a usar el quechua en casa y el castellano en la escuela se les hace muy fácil expresarse en ambas lenguas. A Uchcu Pedro le cuesta hacerse entender pero no es un impedimento cuando tiene que hablar. Parece haber un cambio repentino en aquel hombre sencillo, aflorando en él una crueldad natural, y haciendo uso de esta con quien se interponga en su camino. Él es muy decidido en sus actos y corajudo; se hace perseguir por el coronel Callirgos por quebradas y montes por toda la Cordillera Negra en el Callejón de Huaylas, hasta ser finalmente capturado, tras la traición de Mosquera. El breve diálogo entre Callirgos y Uchcu Pedro es sabroso. El primero denota respeto y admiración por su prisionero, mientras el segundo no transmite temor alguno ante su inminente muerte en ninguna sílaba de su atropellado hablar. En este trecho, en el cuadro 14, sentí como lector aquel mismo deleite, tal cual como espectador, ante la pequeña escena y también breve diálogo entre Dennis Hopper y Christopher Walken en “True Romance”, película con guión de Quentin Tarantino.

Montestruque; es el periodista de raza blanca que apoya a Atusparia, redacta los informes, actas, sentencias y discursos. Nombrado como secretario en el corto plazo que duró la insurrección. Sueña con restaurar un nuevo “imperio incaico”. Muere en Yungay, defendiendo el mercado, atravesado por bayonetas.

Baylón; ayudante de Atusparia, también se atrinchera en el mercado de Yungay y cubre la salida de Atusparia hacia Huaraz.

Granados; otro ayudante de Atusparia, llega a ser encontrado junto al cacique, pero llega a ser acribillado en el acto luego de haberse rendido.

Mosquera; abogado mestizo, traidor, no tiene bandera, está a favor de quien está cerca del poder, y con quienes más le convenga. Atusparia y su gente saben que la fidelidad no es una característica en él, pero aún así es parte de su comitiva, siendo nombrado por el cacique prefecto de Huaraz, al menos por un día. Fue capturado por Callirgos con quien pacta su libertad a cambio de entregar a Uchcu Pedro.

Teniente Dubois; tras la toma de Huaraz, él se rinde ante Atusparia quien lo deja en libertad. Dubois ve en el cacique un hombre justo. Va hasta las faldas de un cerro en Yungay a convencer al coronel Callirgos que la revuelta ha cesado, pero éste no lo escucha. Tras la captura de Atusparia, es Dubois quien manda dos de sus hombres para liberar al cacique, por sentirse en deuda con él.

Coronel Vidaurre; destacado en Huaraz, tiene a su mando al teniente Dubois y también al sargento Diablo.

Sargento Diablo; al igual que Vidaurre aparece poco: en el cuadro 2, se ofrece a acompañar a Mosquera y Montestruque por sospechar de ellos. Por el apodo que lleva pareciera ser cruel y decisivo en un probable combate, pero ya en el cuadro 4 sabemos que fue descuartizado por Uchcu Pedro y sus hombres, clavando sus miembros frente a la puerta de la Iglesia de la Restauración. Aquí por ejemplo, Ribeyro no plasma este hecho (el descuartizamiento), sino nos enteramos a través de otro personaje quien narra lo sucedido, dos cuadros más adelante.

Coronel Callirgos; manco del brazo izquierdo, sobreviviente de la guerra con Chile, la batalla de Miraflores, perdió el brazo en la lucha contra las huestes del general Cáceres, aunque tras la toma de poder de éste se mantiene en el ejército. Tiene a sus órdenes a los tenientes López, García, y luego a Dubois. Es objetivo, directo, no se amilana ante nada por cumplir las órdenes que le han asignado.

Monseñor Figueroa; obispo de Huaraz, quien no toma ninguna decisión, pareciera tan sólo hacer acto de presencia. Reconoce en Atusparia un hombre honesto, pero no hace nada ante las injusticias cometidas al campesinado.

Antúnez y Maguiña; son los hacendados, quienes por supuesto no les conviene una rebelión, pues corren el riesgo de perder sus tierras a mano del campesinado. Maguiña tiene un papel importante: en una reunión que pactan en su casa, cambia el tenor del telegrama que le leen a Atusparia, creyendo el cacique que las autoridades en Lima han aceptado sus condiciones y que no habrá respuesta bélica por parte de las fuerzas enviadas desde Lima.

Alcaldes Valentín y Huanca; apoyan a Atusparia desde un principio, se identifican con él, pero, tras la reunión del cacique con el General Cáceres quedan decepcionados al escuchar sus nuevas ideas, envenenándolo durante un almuerzo.

Así como en “Santiago el pajarero”, con esta pieza de 15 cuadros Ribeyro demuestra su habilidad en amalgamar historia con ficción, a través de una obra que rescata del olvido las figuras del cacique Atusparia y su lugarteniente Uchcu Pedro.




Cuadro 7


PLAZA DE ARMAS DE YUNGAY

Anochecer. Atusparia, Uchcu Pedro, Mosquera Montestruque, Baylón, campesinos armados, población civil, luego agente cacerista.



ATUSPARIA.- ¡Ah, Uchcu, cómo ha sido posible tanto ensañamiento y tanta violencia!... Desde que llegué a Yungay no he escuchado sino quejas de la población… Y yo te había dicho, te había ordenado la moderación y la clemencia… Una ciudad como ésta, sin tropas ni defensas, apenas una guardia urbana que por honor resistió y a la que exterminaste… Y encima tus hombres han saqueado, violado, incendiado… Y tú, Mosquera, te envié para que mis instrucciones se respetaran, pero tampoco hiciste nada, y ahora estamos en una ciudad de luto, que llora a sus muertos y pide a gritos justicia… No, yo no me he sublevado para esto… Yo me he sublevado contra el abuso y la crueldad, y ahora el abuso y la crueldad la ejercen ustedes…

UCHCU.- Tú has llegado tarde, cacique, cuando cosas habían ocurrido. Tú has escuchado sólo quejas de vencidos, ¿pero quién ha escuchado quejas de vencedores? Guardia urbana no aceptó rendición y mató nuestros enviados. Combate fue duro, centenas de muertos tenemos. Tú mismo has dicho que la fuerza debe ser combatida con la fuerza…

MOSQUERA.- Lo que dice Uchcu es cierto… La ciudad no quiso rendirse. Yo envié mensajeros con ultimátum, y todos fueron ejecutados.

ATUSPARIA.- ¡Y Lima además ya aceptó nuestras condiciones! En adelante ya no habrá más trabajos obligatorios para los campesinos, ni nuevo impuesto personal. ¡Eso era lo que buscábamos y al fin lo hemos conseguido!...¿Se dan cuenta?... Por ello las hostilidades deben cesar. Yo mismo ordeno ahora, acá, que los daños causados en Yungay sean reparados, que nuestras fuerzas se reagrupen y regresen a Huaraz para proceder a su disolución… ¡Para esto he venido, y como jefe de la sublevación se los ordeno!

MONTESTRUQUE.- Escúchame Atusparia. Lo que dices es justo, pero entretanto la situación ha cambiado. Trata de entender, cacique. Somos dueños de Huaraz, de Yungay, y mañana podemos serlo de Carhuaz, de Caraz, y de todo el departamento… Nuestras fuerzas están enteras, a pesar de sus bajas, y ávidas de seguir combatiendo. No debemos defraudarlas. Es la ocasión, la única que tenemos tal vez; la única ocasión de arrasar con el orden que nos han marcado y fundar una nueva sociedad… Olvídate de los impuestos, de los trabajos obligatorios… ¿Crees que sólo por eso valía la pena luchar? Ya lo dije el día del banquete: ¡El Imperio de los Incas! ¡Ahora podemos restaurarlo! ¡Y mejorarlo!... Ya lo imagino, un monarca como tú, respetado, adorado, una sociedad justa, armoniosa, sin abusos, ni hambre, ni sufrimiento…

ATUSPARIA.- ¡Sueñas, Montestruque! No sé de qué sociedad hablas. Estamos en Huaraz, somos una masa de campesinos apenas armados, sin instrucción, sin cohesión, sin ideales… Los mistis todavía son fuertes, seguros, convencidos de sus derechos. Y eso del imperio de los incas… ¿qué sabemos nosotros de esas épocas?... Hemos logrado algo ahora, conservémoslo… No arriesguemos lo ganado por la posibilidad de una ganancia más… Esa es mi opinión… En consecuencia, Uchcu, ya sabes cuáles son mis órdenes. Y tú también Mosquera.

UCHCU.- Comuneros no están de acuerdo contigo, Atusparia… Con Montestruque tampoco… No queremos imperios ni de incas ni de nadie… Tierras cacique, eso es lo que queremos… La gente lo dice, pregunta tú si quieres… Y botar a los mistis. No queremos mistis aquí, ni prefectos ni soldados…, queremos nosotros vivir solos, a nuestro modo, sin autoridad que no sea de aquí… mala idea regresar a Huaraz, cacique, mala idea separarnos… En trampa vamos caer si no continuamos lucha.

ATUSPARIA.- ¡Santo Dios! ¿Qué sucede? No escucho hablar sino cosas ilusorias o cosas improbables… ¡No, una vez más, no! Mis órdenes están ya dadas y deben cumplirse en el acto. ¡Baylón!... Escucha Baylón, que los campesinos armados se agrupen y esperen mis instrucciones para abandonar la ciudad.

MOSQUERA.- Espera, cacique… Yo también quiero decir algo. Las tropas del General Cáceres han ocupado Junín y Huancayo y avanzan hacia el norte. Debemos ofrecerles nuestra ayuda para derrocar al presidente Iglesias. Cáceres escuchará nuestros reclamos. Terminarán los abusos. Cambiarán jueces y escribanos…

ATUSPARIA.- ¡Basta Mosquera! Puesto que nadie está de acuerdo, el único que puede dirimir y mandar soy yo. ¡Ya estoy harto oírte hablar de tu Cáceres y de tu Iglesias! Y olvídate también de tus jueces y escribanos. No estamos aquí para discutir sino para actuar. El tiempo pasa y yo he dado mi palabra de retirarnos… Baylón, haz lo que te he ordenado… Y en cuanto al coronel Callirgos, ya salió un emisario de Huaraz para que se detenga en el camino y regrese a sus cuarteles… Dediquémonos ahora a aplacar la ira de la población y a descansar. Nos iremos de aquí en la madrugada. Esas son mis órdenes. ¡Y espero que sean cumplidas estrictamente!... Baylón, te acompaño. (Salen)

UCHCU.- ¡Mal, mal, malo todo esto! Cacique no comprende bien… Gente tampoco… Comuneros seguir luchando quieren, no abandonar…

MONTESTRUQUE.- Te entiendo, Uchcu, tienes razón, pero Atusparia también la tiene… En un levantamiento tiene que haber un jefe, una autoridad. Habrá que respetarla ahora. Vamos, sigamos las órdenes del cacique. Velemos para que no continúen saqueos ni incendios. ¿Vienes Mosquera?

MOSQUERA.- Ya los alcanzo dentro de unos minutos. (Uchcu y Montestruque salen. Mosquera queda solo. Un hombre semiembozado se le acerca.)

HOMBRE.- ¿Y, Mosquera?

MOSQUERA.- Nada por ahora. No quiere ceder el cacique. Pero seguiré insistiendo.

HOMBRE.- ¿Qué les voy a decir a los agentes de Cáceres? Deben estar en camino.

MOSQUERA.- Que tengan paciencia. Terminaré por convencer a Atusparia. Su movimiento está condenado si sigue siendo un movimiento local, por reclamos locales. Tiene que entender que le conviene plegarse a las fuerzas del general Cáceres. Lo importante por ahora es derrocar a Iglesias. Ya después se verá qué hacemos con estos indios.


APAGÓN

2 comentarios:

Guely of Sweden dijo...

Interesante y completa tu reseña de esta no muy popular obra del gran JRR.

Manolo Malpartida dijo...

Gracias Guely of Sweden,

Hace poco leí en un post antiguo en el blog de Ivan Thays que en un "homenaje" a Ribeyro en el Instituto Riva Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú, a finales del 2009, tres académicos se ensañaron con Julio Ramón, incluso uno vaticinó que "en los próximos años ya nadie leería a Ribeyro".

A Ribeyro no sólo hay que leerlo, sino releerlo.